DUELO POR LA MUERTE DEL VÍNCULO (2)


Otra de las vicisitudes importantes y dramáticas que casi nadie se libra de vivir en los vínculos afectivos, es la denominada pérdida afectiva. Esta ha sido también bien estudiada dentro de la teoría del apego, referida a la pérdida de la figura cuidadora por el niño pequeño, pero también es importante referida a la vida adulta, sea que se pierda una figura cuidadora, una figura cuidada o una figura cocuidadora. De hecho, la pérdida afectiva es un tipo particular de separación afectiva, que es el de la separación definitiva, ya sea debida a ser abandonado o a morirse la persona con la que se tenía un vínculo afectivo. Ya se trate de pérdida por abandono o de pérdida por muerte, tiene lugar un proceso de duelo cuya utilidad funcional es facilitar llegar a la aceptación de la pérdida afectiva y a la "desvinculación". De hecho, en definitiva, el proceso de duelo es un proceso desvinculador, durante el cual se pasa más o menos por las vivencias que describiré a continuación y que vienen referidas a la pérdida por muerte, pero que también en su mayor parte pueden vivirse en la pérdida por abandono.

Cuando una persona muere, lo que vivencie la persona vinculada que permanece viva, en parte va a depender de hasta qué punto esperaba dicha muerte o no la esperaba, pero, por lo general, lo primero que sucederá es que recibirá algo así como una sacudida y se quedará estupefacta, sin saber si lo que ha pasado es real o no. Después comenzará la protesta inútil, es decir, en definitiva, la protesta de separación, pudiendo querer culpabilizar de lo que ha sucedido, a otras personas (pensando, "la responsabilidad es de fulano de tal", "no sé como Dios consiente esto" y cosas parecidas) o a sí misma (pensando, por ejemplo, "si hubiese hecho tal cosa", "me siento mal por lo que le dije" y cosas parecidas). Entonces, la persona se sentirá inundada por el desespero y puede desbordarse llorando, llegando después de un tiempo a cierta resignación (pensando, por ejemplo, "Dios lo ha querido así", "ha sido lo mejor para él", "ya había cumplido con la vida" y cosas parecidas). Después y probablemente está será la etapa más larga del proceso, caerá en un estado más o menos fuerte de depresión, que será una depresión reestructuradora, acompañada de una fluctuante añoranza por la persona muerta. Por último, con las vivencias descritas más o menos yendo y viniendo como en zig-zag, con el paso del tiempo paulatinamente la persona llegará a la aceptación de la pérdida, lo que culminará con la liberación del vínculo afectivo y se completará así el proceso desvinculador. También, algo que con frecuencia es necesario para culminar la fase de aceptación, es "decir adiós " a la persona muerta, lo que, desde luego, no es lo mismo que dejar de recordarla. Durante el proceso de duelo y para que el proceso desvinculador pueda completarse, es necesario pasar por casi todas las vivencias que he descrito, aunque a veces se viven más o menos superpuestas.

Desde luego, el proceso de duelo ha de vivirse, pues es terapéutico. De poco sirve anestesiarse tomando ansiolíticos o antidepresivos, aunque estos pueden ayudar transitoriamente, especialmente, si debido a la influencia de cosas del pasado no resueltas, la persona se siente desbordada emocionalmente. Tampoco sirve distraerse con cualquier otra cosa o buscando un vínculo sustitutivo. La única solución es vivir todo el proceso de duelo, ya que durante éste se reestructurarán muchas vivencias en nuestra mente, teniendo lugar también una reestructuración de la energía psíquica. Así, el proceso sirve para desenergetizar la imagen de la persona muerta que "se tenía presente" en la psique, pasando entonces a quedar ésta como recuerdo en la memoria. Y de esta manera, se va recuperando la energía que se le había adjudicado en la psique, una energía que, en realidad, era nuestra propia energía. Es precisamente debido a este proceso inconsciente con el que, al interiorizar la imagen de la otra persona, le adjudicamos nuestra energía, por lo que es tan grande la sensación de pérdida cuando dicha persona muere. No sólo ha muerto y hemos perdido a la persona real, sino que, eventualmente, también hemos "perdido" nuestra energía, generándose entonces la vivencia de depresión , pues parece que nuestra vida "ha perdido presión". Sin embargo, es precisamente a través del proceso de duelo con el que recuperamos lo que siempre ha sido nuestro, es decir, nuestra energía, volviendo nuestra vida "a ganar presión", es decir, que salimos de la depresión. De está manera, si el proceso de duelo se ha completado bien, pasamos a "guardar memoria" a la persona muerta, que es distinto que "tenerla presente" en la psique energetizada por nuestra energía, como sucedía cuando estaba viva.


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